Cien años con Álvaro Cunqueiro

  Autor: Manuel Pombo
 

26.06.2011

 

Hasta el día 26 de este mes permanecerá abierta en la Casa de la Parra una exposición dedicada a la obra de nuestro gran escritor Álvaro Cunqueiro, con motivo del centenario de su nacimiento. De sus hijos, César (Mondoñedo, 1941), también autor a su vez de varios libros de poesía y narrativa, y Álvaro (Madrid, 1944) fui compañero de pensión en mis años de estudiante en Santiago de Compostela. El primero de ellos me había facilitado todos los recortes de una columna titulada El envés, una sección que su padre, capaz de ver la cara oculta de la realidad («Hace un año que en esta misma página de Faro de Vigo publico esta breve sección cotidiana que titulé El envés, por un cierto gusto que yo tengo de verle el otro lado a las cosas y dar noticias de él»), escribía en el periódico Faro de Vigo. Esa serie de artículos, colección muy apreciada por mí, acabaron despareciéndome con otras pertenencias que nunca olvidaré, por culpa de unas obras que se hicieron en la casa de la aldea donde nací y viví durante mis años jóvenes, estando yo ausente.

Nació don Álvaro, padre, el 22 de Diciembre de 1911 en la villa de Mondoñedo, capital que fue de una de las siete provincias históricas gallegas y ciudad episcopal, situada en una de las laderas de un valle entre montañas cuajadas de iglesias y monasterios, donde el clero tuvo mucho poder y dejó su sello imperecedero. Hijo de un boticario aficionado a la caza, con negocio de Farmacia, en cuya trastienda se celebraban tertulias a las que acudían las fuerzas vivas del pueblo, o séase canónigos y médicos y, por supuesto, también cazadores, es seguro que las historias que allí se contaban más de una vez habían de despertar la imaginación del joven Alvarito. Con experiencias así, las propias de tantas otras reboticas, a las que hemos de sumar la de tener una madre sumamente divertida, poseedora de una enorme fantasía, y dada a entretener a los niños con cuentos y romances, no se puede considerar como nada extraño que en los días tristes, casi mágicos, por allí bastante frecuentes de lluvia, nieblas y largas noches, donde "el frío viento del Norte gris y salobre, muge como una vaca", se despertaran en su mente y cobraran vida propia aconteceres más propios de sueños, tales como visiones de sirenas enamoradas, de cuervos parlantes, afanes de viajes prodigiosos e incluso surgieran, como por ensalmo, leyendas de los viejos tiempos artúricos y carolingios. Tales antecedentes fueron los seguros condicionantes de que el escritor llegara a alcanzar pronto fama de buen tertuliano y de buen contador de fábulas e historias, tantas veces quizás desgranadas mientras escanciaba unas tazas de vino do Ribeiro ("Os viños son o sangue luxoso da civilización cristiá occidental") y jugaba una partida de cartas. En el ambiente popular se le consideraba como amigo de las tabernas y dado a disfrutar del buen comer y, no sé si por eso, mucha gente, sin conocerlo realmente ("el noventa por ciento de lo que me atribuyen es falso"), se mostraba propensa a infravalorarlo, aunque en mi caso alguien me había hecho saber que, por el contrario, en Cataluña lo tenían en alta estima.

En mis años mozos, cuando lo intenté leer se me hacía cuesta arriba, me encontraba con demasiados mitos y dioses, merlines y ginebras, muertos resucitados, y vagares por carballeiras y caminos donde la santa compaña deambulaba a sus anchas, aunque era consciente de lo que él intentaba era reflejar, desde su elevado nivel cultural, lo que la misma gente, a su manera, transmitía en la ya citada botica de su padre, en los bares de su tierra natal o en los de Santiago de Compostela, a donde se había desplazado para estudiar Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, carrera que nunca terminó. Después de una estancia de varios años en Madrid, no exenta de percances y sinsabores, regresó a su villa natal y comenzó a colaborar, dicen que gracias a la intercesión de su amigo Francisco Fernández del Riego, en el diario compostelano La Noche, de inolvidable recuerdo ya que representó el resurgir de la cultura gallega de postguerra, y, poco a poco, en otros diarios gallegos. Terminó siendo director del diario El Faro de Vigo. Escritor multifacético, recreador de figuras y mitos, inusitada capacidad para tratar los elementos populares y para incorporar las técnicas propias de la oralidad. Su grandísima aportación literaria terminó siendo reconocida a través de algunos homenajes, menos de los que se mereció. Fue un adelantado. Realismo mágico a la altura de los años cercanos al 1940, un escritor fuera de su época, incluso un incomprendido por parte de los suyos durante bastante tiempo, como tantas otras veces ha sucedido y sucederá. Hoy un clásico y un motivo de orgullo para Galicia, pues con su obra contribuyó a prolongar los sueños y la esencia de nuestro país. Bien podían haberle concedido el Nobel. Fue enterrado en un día de bruma y lluvias en la misma ciudad que lo vio nacer. Sobre la lápida de su tumba una sencilla inscripción: "Eiquí xaz alguén que coa súa obra fixo que Galicia durase mil primaveras máis"

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Manuel Pombo

 
 
 
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